El desafío de la integración

Inclusive no sería descartable que se afiancen y amplíen acuerdos que hagan real la exclusión del armento nuclear en la región y conseguir que la presencia militar extranjera disminuya y hasta se elimine en el futuro; dar pasos por ejemplo para excluir del área organizaciones como la OTAN y otras formas de compromiso militar, haciendo de Latinoamérica y en Caribe una zona de paz.

En el complejo entramado del nuevo orden mundial a los países de la periferia la acción conjunta les ofrece un margen de acción más amplio para defender sus intereses estratégicos y sus programas para impulsar un modelo nuevo de orden social que les permita acceder a la modernidad en todos los órdenes. Una de las maneras más ensayadas es precisamente la integración regional, que en el caso de Latinoamérica y el Caribe ha ganado cierto protagonismo en las décadas recientes y es uno de los propósitos principales de los gobiernos progresistas y revolucionarios. Desde una perspectiva más amplia, inclusive habría que registrar que tal propósito ya era una idea impulsada por los dirigentes de las guerras de Independencia, en particular y de forma destacada por Simón Bolívar.

Desde entonces, y hasta hoy, uno de los mayores obstáculos para hacer realidad ese sueño de una independencia efectiva ha sido precisamente el rol de las oligarquías criollas que juegan el papel de instrumentos de los imperialismos de ayer y de hoy y que obtienen de esa relación la fuente principal de su poder. No sorprende entonces que de hecho (a veces abiertamente, a veces de forma solapada) esas oligarquías criollas han sido y son el obstáculo local más decisivo para que una integración regional se lleve a cabo. Y cuando algún gobierno de progreso ha pretendido impulsarla nunca falta la acción directa -por todos los medios- de esos poderes imperialistas, sin excluir la agresión armada, la invasión, en particular del gobierno de los Estados Unidos.

El debilitamiento relativo de las potencias imperialistas tradicionales y la aparición en el escenario mundial de potencias nuevas -China, en particular- ofrecen márgenes nada desdeñables para gestionar de manera menos complicada las difíciles relaciones de estos países de la periferia con los centros tradicionales del viejo colonialismo y las formas modernas de imperialismo. A tal punto se ha originado una nueva dinámica que no faltan las clases dominantes de algunos de estos países que disminuyen mucho sus relaciones (sobre todo las económicas) con las viejas potencias y las reemplazan por otras nuevas, precisamente con las potencias emergentes. La integración regional la impulsan entonces los gobiernos progresistas aunque no faltan gobernantes muy tradicionales que encarnan los intereses de las clases dominantes locales que al menos en parte llevan a cabo operaciones comerciales en la dirección de una acción regional nueva.

Ya no es raro descubrir que las oligarquías locales avanzan en sus relaciones económicas con China y Rusia (entre otros) mientras formalmente son aliados firmes de Occidente. Brasil y México, las dos economías más grandes de la región tienen ahora mismo unas relaciones muy sólidas con las nuevas potencias y en casos tan particulares como el de Argentina al nuevo gobierno de derecha le resulta muy complicado armonizar su discurso pro-occidental con los negocios de una parte decisiva de su clase dominante que tienen en el mercado chino su principal cliente de cereales y carne. No menos sorprendente resulta el caso de los gobiernos de Perú y Ecuador, abiertamente partidarios de las potencias occidentales que por un lado ofrecen enormes facilidades a Washington para ampliar su presencia militar en la región mientras sectores decisivos de sus oligarquías locales mantienen y amplían sus vínculos comerciales con Pekín. En el caso de Perú, destacados empresarios locales con el apoyo de un gobierno nada sospechoso de progresismo acaban de firmar con una empresa china un acuerdo para construir en la región el puerto más importante del pacífico afectando de lleno los intereses estadounidenses pues ofrece, por ejemplo, a Brasil su tan ansiada salida al Pacífico, clave para el comercio con China.

Este panorama sugiere entonces que la nueva situación mundial, con las potencias emergentes en auge, da a los procesos de integración regional mayores márgenes de acción. Los países que impulsan diversas formas de integración regional tienen ahora nuevas alternativas para gestionar su comercio y avanzar en la tarea de emprender reformas estructurales tal como la industrialización, la incursión en las nuevas tecnologías y en otras formas de la modernidad, de manera que estos países no solo sean proveedores de materias primas y mano de obra barata para los mercados metropolitanos. En otras palabras, superar las formas clásicas de la dependencia de estas naciones de la periferia respecto a los centros tradicionales del capitalismo mundial (Estados Unidos y Europa, en particular). Este nuevo panorama, en el marco del nuevo orden mundial, facilitaría que los gobiernos progresistas y revolucionarios de la región pudiesen impulsar esas reformas de manera conjunta, sin excluir que otros gobiernos de tinte conservador puedan ser arrastrados a negociar adecuadamente políticas decisivas, por ejemplo en el ámbito del crédito, el endeudamiento externo y otros similares que suponen hoy en día una carga en tantas ocasiones insoportables para sus economías.

Basta constatar cómo el pago de la deuda externa supone un porcentaje enorme de la riqueza nacional. Y con criterios parecidos no sería descartable que gobiernos progresistas consigan pactar con sus oligarquías locales nuevas formas a la inversión extrajera, a la explotación de los recursos naturales y otras similares, tal como impulsa Gustavo Petro en Colombia. Inclusive no sería descartable que se afiancen y amplíen acuerdos que hagan real la exclusión del armento nuclear en la región y conseguir que la presencia militar extranjera disminuya y hasta se elimine en el futuro; dar pasos por ejemplo para excluir del área organizaciones como la OTAN y otras formas de compromiso militar, haciendo de Latinoamérica y en Caribe una zona de paz.

Por supuesto que un proceso de integración de mayores perspectivas supone gobiernos populares y muy progresistas, pero dada la enorme inestabilidad que aquí se registra, parece inevitable avanzar al tenor de la real correlación de fuerzas, intentando siempre aprovechar las debilidades y limitaciones del contrincante: si a Washington le molesta tanto que China, Rusia y otras naciones que se destacan en el nuevo panorama mundial hagan presencia en la región, todo lo que contribuya a intensificar esa molestia de los gringos debe ser registrado con beneplácito; será un paso más -así sea pequeño- en el objetivo de alcanzar una verdadera integración regional para consolidar el progreso y la democracia.

Juan Diego García para La Pluma

Edityado por María Piedad Ossaba