¿Quo vadis Europa?

En definitiva, este plural intenta escapar del inmediatismo electoral, porque más allá de elementos de coyuntura que pueden cambiar o modificarse, los artículos analizan el momento crucial que vive la llamada construcción europea desde una perspectiva más de época.

Del próximo 6 al 9 de junio están llamados a votar los ciudadanos y ciudadanas de los veintisiete Estados que conforman la actual Unión Europea para elegir los diputados y diputadas del parlamento europeo que conformaran la décima legislatura. Elecciones que son aprovechadas para renovar el entramado de gobernanza de la UE (Parlamento, Consejo y Comisión Europea). Con la convocatoria electoral se intenta esquivar la imagen de un aparato burocrático estructurado jerárquicamente, con escaso control democrático y que responde a un equilibrio de poderes entre Estados a partir de la hegemonía del eje Berlín-Paris.

En esta ocasión, desde viento sur hemos querido aprovechar que los focos mediáticos y el debate público estará pendiente de la convocatoria electoral para reflexionar sobre la Unión Europea realmente existente, más allá del maquillaje de su propaganda. Y lo hacemos analizando las tendencias de fondo que han marcado esta legislatura que termina y que a buen seguro marcarán la que comienza.

En primer lugar, Miguel Urbán y Jaime Pastor, en el artículo “Hacia un despotismo oligárquico, tecnocrático y militarista” abordan cómo, tras el relativo paréntesis postausteritario de la crisis pandémica, la policrisis global, que debilita aún más el peso geoeconómico y geopolítico de la UE, le está conduciendo a nuevos saltos adelante en su integración financiera y militar en nombre de la competitividad y de la respuesta a la injusta invasión de Ucrania. De ese modo, se está produciendo la aceleración de la agenda de máximos de unas élites neoliberales europeas que buscan una alianza financiera y comercial más estrecha entre ellas y, a su vez, una remilitarización de la UE como instrumento útil para su proyecto de Europa potencia. Así, el constitucionalismo de mercado que ha imperado hasta ahora se ve complementado con un pilar securitario más reforzado.

Nos hallamos, por consiguiente, ante una nueva aplicación de la estrategia del shock, con tambores de guerra de fondo, que está siendo utilizada por las elites europeas para entrar en una nueva fase en la que se pretende reforzar un modelo de federalismo oligárquico y tecnocrático. Porque esto es lo que ha propuesto abiertamente Mario Draghi, exconsejero de Goldman Sachs, en su reciente informe por encargo de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen: acelerar la puesta en pie de mecanismos de decisión conjunta de las instituciones europeas con el fin de favorecer la unión de los mercados de capitales de la UE y poder actuar en mejores condiciones dentro de la carrera de la competitividad, cada vez más intensa, con las otras grandes potencias, ya estén en declive o en ascenso, tras el final de la globalización feliz.

En segundo lugar, Pedro Ramiro y Erika González, en su contribución, “Global Gateway: alianzas público-privadas para el control de fronteras y el extractivismo neocolonial” analizan cómo el refuerzo de la tríada militarización-fronteras-extractivismo dirige las políticas europeas; unas políticas desplegadas internacionalmente a través de un renovado pack normativo con el que la UE trata de resituarse en un (des)concierto global marcado por la expansión comercial de China y el declive de la hegemonía estadounidense. De esta forma, “el Global Gateway y la nueva oleada de acuerdos comerciales que la UE ha impulsado en los dos últimos años –renovación de los tratados con Chile y México, conclusión del acuerdo con Mercosur, firma de partenariados estratégicos sobre materias primas con una decena de países– se ha diseñado con un claro objetivo: asegurar el acceso de las transnacionales europeas a los recursos minerales de estas regiones. La competencia global por posicionarse en los nuevos mercados verdes y digitales, frente a la imparable hegemonía de China, está en el origen de la velocidad de crucero con que la UE ha impulsado una batería de herramientas para garantizar una disponibilidad segura y abundante a estos minerales”. El Global Gateway, al fin y al cabo, no es sino una pieza más del puzle normativo que está tratando de armar la Unión Europea para fortalecer la defensa de sus intereses geoestratégicos en su guerra comercial contra China. Una de las más relevantes, eso sí, ya que combina actuaciones importantes en varios de los pilares fundamentales de la acción exterior de la UE: del control migratorio a las relaciones comerciales.

En tercer lugar, Sara Prestianni, en el artículo “La deriva securitaria que caracteriza las políticas europeas de migración y asilo” analiza la política antiderechos de la recientemente aprobada necropolítica migratoria del Pacto Europeo de Migración y Asilo.

La cuestión migratoria se ha convertido en uno de los temas que más ha tensionado a la UE en los últimos años, fundamentalmente desde 2015, con la mal llamada crisis de las y los refugiados que realmente siempre ha sido una crisis de derechos, tal y como demuestra finalmente la aprobación del pacto migratorio. De hecho, el elemento central del Pacto de Migración y Asilo es la institucionalización y sistematización de las políticas basadas en una supuesta excepcionalidad que desde el 2015 hasta hoy han justificado malas prácticas, horrores como los del campamento de Moria, las devoluciones en caliente en cadena en los Balcanes o las muertes en el Mediterráneo.

Este pacto no solo no hace frente a las vulneraciones de los derechos humanos, sino que las avala, les da rango de acuerdo europeo y hace de las mismas la condición de posibilidad de esta nueva normativa. En este sentido, en sí mismo, el acuerdo es la expresión del corrimiento del arco político europeo hacia la extrema derecha, especialmente en todo lo referente a la necropolítica migratoria. Así, la gran victoria de la extrema derecha en los últimos años ha sido conseguir condicionar y marcar la agenda de las políticas migratorias de la UE dando una vuelta de tuerca a la construcción de la Europa Fortaleza.

En cuarto lugar, Jordi Calvo, en el artículo “El wishful thinking de la militarización y la paz de la UE”, examina la remilitarización europea como un proyecto de integración europea de las elites para complementar el despotismo oligárquico de mercado actualmente existente.

La militarización de la Unión no ha comenzado como una respuesta a la guerra en Ucrania. El Tratado de Lisboa ya supuso para la UE un distanciamiento del proyecto fundacional de la UE, inspirado, al menos inicialmente, en la paz y los derechos humanos. De hecho, vemos que el aumento en los gastos militares de la UE ha sido planificado y constante, siendo la industria militar quien ha dirigido la militarización europea. Es quizá por ello que las empresas de armas europeas conforman hoy en día el segundo sector económico que más crece, solo por detrás del de la inteligencia artificial, con un 31% el último trimestre. Una militarización bajo el paraguas de la OTAN, que impide a la UE valorar los riesgos y amenazas a su seguridad sin la tutela de EE UU; es decir, sin tener en cuenta los intereses norteamericanos.

El wishful thinking militarista de los actuales dirigentes políticos de la UE lleva a la población europea a la ilusión de que la paz la traerán las armas y la guerra. Pero la espiral militarista es insaciable. Los principales indicadores militares europeos ya están en máximos históricos. La ola reaccionaria que impregna la política europea ha generado un marco de pensamiento que sabemos que puede llevar a Europa y al resto del mundo a una gran guerra con efectos de destrucción y muerte impredecibles. La paz no se conseguirá preparando, alentando y jaleando la guerra. ¿Habremos aprendido algo de la Primera y Segunda guerras mundiales?

En quinto lugar, Alfons Pérez analiza el Pacto Verde Europeo (PVE) que ha marcado buena parte de las políticas de la comisión en esta última legislatura, en “¿Quién lidera la revolución industrial verde? Un análisis crítico de cinco años del Pacto Verde Europeo”.

A finales de 2019 la Comisión Europea presentaba el Pacto Verde Europeo (PVE), la hoja de ruta para que Europa fuera el primer continente neutral en emisiones para 2050. En estos casi cinco años de vigencia, el PVE ha resistido a la pandemia y a la guerra de Ucrania, convirtiéndose en la estrategia para la recuperación económica y un elemento central para la autonomía estratégica. Pero ¿cómo es posible que un conjunto de políticas ambientales y climáticas hayan sobrevivido a ese doble golpe? Simple y llanamente porque el PVE va mucho más allá de la transición verde: su verdadero objetivo es geopolítico y geoestratégico.

El PVE se ha caracterizado por promover una gran alianza público-privada, donde las instituciones públicas proveen y facilitan y las grandes empresas privadas ejecutan reteniendo la propiedad de las infraestructuras y su control. La contraparte del Pacto no es la ciudadanía, portadora de derechos, sino el poder corporativo que está saliendo reforzado con las políticas del PVE. En este sentido, las cifras de movilización de recursos públicos, por ejemplo, a través del NextGenerationEU, o de la cantidad de procesos administrativos fast-track para cualquier cosa relacionada con la transición verde, ponen de manifiesto el esfuerzo de las instituciones públicas europeas para sincronizar la transición con los intereses corporativos y el ciclo económico.

Aunque suene grueso, el PVE es una hoja de ruta y un objetivo geopolítico que no puede avanzar sin relaciones neocoloniales y extractivas. No está planteado como una relación entre iguales, ni entre ciudadanía y corporaciones ni del Norte Global frente a Sur Global. El combate ideológico contra lo que subyace en el PVE no se sustenta solamente en rebatir si es nuevo o si es verde, sino en señalar que no hay transición posible si se construye como un marco de privilegios para unos pocos, para el poder corporativo y las elites extractivas que son la contraparte actual del Pacto. Por eso es fundamental un análisis crítico que vaya más allá de si contribuye a la lucha contra la emergencia climática o si puede ser catalogado como greenwashing, e incorpore una visión del impacto sobre el poder corporativo en el sentido de proyecto de reforma estructural económica y financiera, con consecuencias extraterritoriales, para que la Unión Europea lidere la revolución industrial verde.

Por último, no podíamos dejar de abordar la cuestión de las movilizaciones agrarias que han sacudido en los últimos meses Europa. Para ellos incorporamos un artículo corto de Morgan Ody, Coordinadora General de La Vía Campesina: “Movilizaciones en el campo europeo: salir del libre comercio para lograr una transición hacia modelos agrícolas más sostenibles”, que no deja de ser unas notas al calor de las movilizaciones que se analizarán con mayor profundidad en un plural exclusivo sobre la cuestión agraria en Europa que saldrá en el próximo numero de la revista.

En definitiva, este plural intenta escapar del inmediatismo electoral, porque más allá de elementos de coyuntura que pueden cambiar o modificarse, los artículos analizan el momento crucial que vive la llamada construcción europea desde una perspectiva más de época. Todo ello en un contexto en el que los tambores de guerra no paran de resonar en las cancillerías, acercándonos peligrosamente al escenario de una nueva confrontación bélica mundial, con el telón de fondo de la emergencia climática y el desmantelamiento de la gobernanza multilateral y del derecho internacional que ha regido la globalización neoliberal durante las últimas décadas.

Miguel Urbán

Fuente: Viento Sur, 6 de junio de 2024

Editado por María Piedad Ossaba