El divino y diabólico Vargas Vila

Circula una frase, atribuida a Anatole France, sobre Vargas Vila: “A este hombre, Vargas Vila, flor medrosa de la lejana Colombia, no le faltó más que una cosa para sentarse a la diestra de nuestro padre Hugo: haber nacido en Francia”. Fue un escritor que, a lo Goethe, estuvo siempre buscando “más luz”. Alumbró por mucho tiempo. No sé si todavía se lea, a 91 años de su muerte. Era una llama al viento…

Detalle de una caricatura de Vargas Vila por Tovar, publicada por 'Flirt' en 1922.

Escribió con sangre, con rabia, con una hirviente manera de pulverizar a sus enemigos, hasta convertirse, en un país con muchos analfabetos, en un bestseller, leído por zapateros y barberos y carpinteros, por los artesanos, así como por todo aquel que advirtió en sus escritos incendiarios una contundente arma de la subversión. Dominó el arte de injuriar. Utilizó adjetivos, a modo de puñal, contra curas y godos y traidores. Se llamaba José María Vargas Vila y escribió cerca de cien libros.

Estuvo proscrito y bebió el acíbar del destierro. Bajo su “ars-verba” cayeron, arrollados, los jesuitas, Núñez, Caro, Marroquín, Marco Fidel Suárez (“gramático mucilaginoso y mediocre”, como lo calificó en su diario), clérigos y santones, y, en particular, con una volcánica retórica, el imperialismo yanqui, al que deshilachó en su libro Ante los bárbaros. Al “filibusterismo yankee”, a los modernos conquistadores, depredadores de nuevo cuño, los desnudó por el robo de Panamá, por la invasión a Santo Domingo, por su injerencia descarada en toda América Latina.

Vargas Vila Ante los Bárbaros Formato PDF

Fue denominado el gran panfletario de América, condición que demostró en varias de sus obras, como Los césares de la decadencia, que circulaban, casi siempre soterradamente, en campos, pueblos y ciudades. Fue el primer escritor colombiano que vivió de sus creaciones. La prohibición lo elevó a ser una especie de divinidad o de demonio. Y a ser leído hasta debajo de las cobijas por virginales muchachas de extraviadas aldeas. Pese a su misoginia, mujeres hubo que se desvivían por leer novelas suyas como IbisAura o las violetasFlor de fango y Las rosas de la tarde.

Vargas Vila  Los Césares de la Decadencia Fomato PDF

Vargas Vila Ibis Formato PDF

Vargas Vila ‘Aura o las Violetas’ Formato PDF

Vargas Vila ‘Flor del Fango’ Formato PDF
Vargas Vila ‘Las Rosas de la Tarde’ Formato PDF

Era un autodidacta de formación clásica. Creció con las lecturas de los trágicos griegos, le eran familiares la Ilíada, la Odisea, Jenofonte, Tucídides, los latinos, traducía a Dante y le daba a veces por imitar a Virgilio. Liberal radical, conoció las hieles del exilio y vagó por Venezuela, Cuba, Estados Unidos y se instaló después en España. Creó periódicos y en algún momento se juntó con otro insubordinado escritor como el Indio Uribe. Tuvo la fortuna de ser, en vida, un clásico. Y no le quedaron mal las etiquetas de “pecaminoso” y “blasfemo”, conferidas por clérigos adocenados.

En Cuba, por ejemplo, Vargas Vila se erigió, en particular en las tabacaleras, como un escritor de culto. Se leía en las prisiones, en los cañaduzales, en solares y prostíbulos. Durante años Fidel Castro mantuvo, en secreto, en una caja fuerte, el diario del escritor colombiano, nacido en Bogotá en 1860 y muerto en Barcelona en 1933. En Nueva York, donde trabajó en periódicos, fundó una revista, y en París conoció a Rubén Darío, con quien entabló amistad. Fue parte del modernismo, su ala izquierda.

Después de la Gran Guerra, cuando los Estados Unidos emergieron como una potencia mundial, con su expansionismo mortífero, Vargas Vila declaró, en su diatriba fogosa contra el imperialismo, que era “necesario combatir al yanki o declararnos francamente sus esclavos”. Se sabe que en Colombia, por ejemplo, sus dirigentes entreguistas se decidieron por la segunda opción. El “maestro del insulto”, como lo llamó Borges, creció en famas y en lecturas por todas partes. Y en las aldeas y pueblos colombianos había que pronunciar su nombre con inaudible voz.

En casa, y sirva como una anécdota personal, mi padre era un voraz lector de Vargas Vila. Y nos decía, cuando apenas estábamos entrando en la adolescencia, que ni riesgos fuéramos a leer a ese escritor prohibido. Cuando se marchaba a sus viajes de trabajo, hacía más énfasis en la perentoria consigna de no tomar ninguno de ellos, como el Ibis, del cual hablaba a cada rato. Los dejaba en un escaparate casi que a la vista, a sabiendas de que, en su ausencia, los leeríamos, como en efecto sucedió. Varios muchachos de la cuadra conocieron al escritor porque les prestábamos los libros.

Vargas Vila, llamado por algunos el “doctor sangre”, era narcisista, megalómano, excéntrico, vanidoso, cursi y seguro tenía decenas de defectos más, pero en un país como Colombia, de tantas desventuras e iniquidades, hizo de sus libros una antorcha, una chispa capaz de incendiar las praderas. Qué sujeto interesante y único, antimperialista, anticlerical, pulverizador de conservaduristas y tartufos. Es posible que mucha gente de otros días hubiera adquirido amor por la lectura gracias a los libros, como bombas, de este autor explosivo.

Por las regalías de sus libros, pudo, como nos lo recordaron Gustavo Cobo Borda y Consuelo Triviño, comprar palacetes y villas en Europa y estar siempre muy bien vestido. Fue un personaje creado por él mismo, por sus panfletos y novelas. Circula una frase, atribuida a Anatole France, sobre Vargas Vila: “A este hombre, Vargas Vila, flor medrosa de la lejana Colombia, no le faltó más que una cosa para sentarse a la diestra de nuestro padre Hugo: haber nacido en Francia”.

Fue un escritor que, a lo Goethe, estuvo siempre buscando “más luz”. Alumbró por mucho tiempo. No sé si todavía se lea, a 91 años de su muerte. Era una llama al viento…

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 28 de mayo de 2024

Editado por María Piedad Ossaba